Terapia de Actitud en el Autismo

(Articulo del Suplemento Domingo Diario LA REPUBLICA


Terapia de

Actitud

En el Perú, casi no hay tratamientos para el autismo. Con un mínimo de auspicios y apoyo de unos cuantos allegados, una ONG peruana a desarrollado un método de terapia para estos casos que ya se emplea en 35 países. Esta es la historia de Actitud y de su singular fundador, un hombre que sabe de pesas, de perseguir ladrones y de la irrefutable realidad de los milagros.


EN EL PARQUE RAMÓN CASTILLA un grupo de edad disímil trota a un ritmo dispar. Sus integrantes hablan poco entre sí. Sonríen, balbucean, contemplan con la vista absorta. Un par de ellos tiende a las reacciones imprevistas. “¡Ven aquí!, ¿A dónde vas?”, le dicen al que de pronto se detuvo a recoger unas ramas caídas. Una nena requiere que le repitan instrucciones muy sencillas. “Levanta la pierna… Respira, respira, respira,…coge mi mano, coge mi mano…” Otro es conocido por golpearse repetidamente el rostro y si no es detenido podría hacerse sangrar.  “Tiene una fuerza increíble”, nos explica, mientras compramos refrescos, Julio, el director de la institución que trabaja con ellos. “¡Y cómo llegó a nosotros! Traía carritos de juguete y tazas colgadas con pita de las orejas. Uf, olvídate. Todo lo que le gustaba se lo colgaba y se iba caminando así por la calle”.

Entre varios trastornos de los pacientes de Julio Salazar destaca, por amplio margen, el autismo. Salazar era dueño de una pequeña franquicia de gimnasios hasta que en 1985, decidió aceptar a un niño con retardo mental. Luego, aceptó a cada vez mas niños con trastornos similares: autismo, síndrome de Asperger (variante mas severa del autismo) y síndrome de Down. “En un momento lo perdí todo por una estafa. Tuve dos caminos. O me iba fuera o me quedaba aquí a recomenzar de cero con la atención a personas con discapacidad, que ya me estaba gustando. Decidí jugármela y me quede”. Con algunos amigos y simpatizantes nació Actitud.

Actitud es un oenegé, cierto, con la diferencia e que no postula año tras año por una partida millonaria de ayuda internacional. Tiene apenas un staff de once personas y alquila su local en una academia de natación de Miraflores.
Así, Actitud se reduce a Julio Salazar y su círculo cercano de colaboradores, familiares y amigos, quienes la financian, porque de todos sus alumnos (es duro llamarles “pacientes”), cuyas edades oscilan entre los 4 y 35 años, solo una mínima parte paga su tratamiento. La escala de pagos es muy simple: por darle herramientas que permitan recuperar a un alumno con discapacidades intelectuales, solo pagan quienes pueden hacerlo y, de paso, con su pago ayudan a la recuperación del resto.

                

El motivo es un abrazo
Resulta extraño este amanecer miraflorino. De seguro hay cientos de niños perfectamente felices y vivaces chapoteando en piscinas temperadas como la de la Academia de Natación Merino – que acoge el trabajo de Actitud -, con madres que los aplauden y esperan con la toalla en mano para abrazarlos y ser abrazadas, como resulta natural en cualquier parte del mundo. Al mismo tiempo, los alumnos de Actitud trotan alrededor de un parque. Algunas de sus madres observan desde lejos, esperando con paciencia los resultados de horas de ejercicio terapéutico, que podría acaso traducirse en un simple abrazo. Un niño autista jamás abrazaría a sus padres. Es algo que todos esperan y que de propio motivo nunca llega.

El autismo es un trastorno psicológico generalizado del desarrollo. Quienes lo padecen son externamente iguales a nosotros, salvo que su visión del mundo es radicalmente distinta. Característica del autismo es su aversión al tacto. Un niño autista no se acercara a nadie siquiera conocido y rechazara las caricias mejor intencionadas.

“Imaginate que tu hijo nunca te abrace”, explica Salazar. “Nunca te miran a los ojos, no te atienden. Rechazan todo lo que sea cariño”. La persona con autismo manifiesta conductas estereotipadas. Pueden saltar y saltar tres horas seguidas sin parar. Pueden escuchar una palabra y repetirla miles de veces al día. Pueden herirse de una manera grave y agredir a otros. “No hay dos con espectro autismo iguales. No hay cura. Lo que puede hacerse es modificar su conducta desarrollando sus capacidades”.

Chela Alayo se formó como enfermera y quizá ahora estaría cuidando ancianos o haciendo guardia en alguna sala de emergencia si no hubiese conocido a Gabriel (guardaremos su nombre real), el chico de las tazas y los carritos colgantes que cambio su vida. “Lo conozco desde que tenía 6 años. Pobre hogar, no sabes lo triste que era. Gabriel gritaba y rompía cosas sin ningún motivo, era capaz de querer pegarle a cualquiera. Como lo ves ahora es fruto de muchísimo trabajo”.


- Íiiiiiieouuuuuuuuuuuuuul!

El sonido gutural de Gabriel resuena en todo el parque como un lejano llamado a guerra. “Eso lo que escuchas”, dice Chela, “es una conducta esteriotipada de ciertos tipos de autismo. Lo que se logra con nuestra terapia es que la modere y controle de algún modo. Con los golpes a su rostro, antes realmente se hacia daño”. La infancia de Gabriel fue tan dura que en casa se tuvo que retirar o cambiar todo aquello que tuviese puntas o esquinas. La integridad familiar pese a que Gabriel tuvo hermanos sin los mismos trastornos, fue seriamente dañada y los padres están hoy divorciados. Chela casi lo ha tomado como un hijo adoptivo y se especializo como psicoterapeuta. Sigue tratándolo después de catorce años.

Acción y reacción
“Actitud” es una palabra que resume muchas aristas de la vida de Salazar, un tipo musculoso. Bajo, como buen campeón de pesas. “Soy así: Si tengo que perseguir a un choro lo persigo. Y si tengo que pegarle a un choro le pego. No soy un abusivo sino alguien que no soporta el abuso, el olvido a los derechos de los demás”. Nació en una casa con piscina, tuvo carro, estudió en el exterior y viajo mucho en su vida. Tiene 42 años. Desde que tuvo 16 empezó a organizar navidades para la gente de bajos ingresos que pulula la residencial urbanización La Aurora, donde siempre ha vivido.
Esta última navidad ha repartido más de 1,112 regalos adquiridos por él mismo en oficinas municipales de atención a la discapacidad y colegios especiales en extrema pobreza. A pesar de que serenazgo y medio mundo conocen de su labor, no siempre la buena intención de Actitud se observa con buenos ojos.
Esta la vecina que desea dormir de día y no soporta los trotes y gritos de los 70 alumnos, sumando los de la mañana y tarde. La peor escena que Julio Salazar recuerda fue cuando una niña de lo mas sana se acerco a pedirle un chupete (con los que premia a sus chicos) y la madre de esta le gritó que si volvía a tocar a su hija con las manos con que toca a “esos retrasados cochinos lo iba a matar”.  “Ignorantes”, se limita a decir.

                 

                                           


 Un regalo, un milagro

Lo único que no tiene Salazar son hijos. Es como si en este punto la ecuación fallase. Su respuesta es gaseosa en el tema. Prefiere seguir hablando de Actitud. Cuando acumulo la experiencia suficiente, en colaboración de la especialista Ana Luisa Molina, desarrolló un programa de modificación de conducta `para personas con autismo, mediante la actividad física, denominado Abriendo Fronteras, que se emplea ya en 35 países. “Estoy muy contenta puesto que mi hijo Félix, con autismo y de 12 años esta cada día mas conectado y con mayor control sobre si mismo” agradece Carla Raascader en un foro de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles.

                                       

De la venta de sus varios libros escritos sobre el tema, de sus consejerias a parejas y adolescentes y de simples donaciones vive Actitud. Una entremezcla feliz de trabajo y milagrillos. Salazar pregunta si quiero una prueba de que Dios esta ahí. “este Diciembre se me había acabado la plata y me faltaba comprar como 200 regalos. Levante la cabeza y le dije al de arriba, a ver, tu dirás cómo lo hacemos. Cinco minutos después sonó el celular. Era una amiga donando 800 dólares. Y compré los 200 regalos. Dime tú si no hay milagros… A mí no me mete miedo ni el diablo. A mi lo único que me da miedo es que Dios se moleste conmigo”. “La verdad es que Dios te ajusta, pero no te asfixia”.

                                                            

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